Benchmarking personal
El benchmarking es la búsqueda en otras organizaciones, e incluso en otros sectores, de mejores prácticas en un proceso o servicio determinado, con el fin de que una empresa pueda aprender cómo hacer mejor las cosas: no se trata de copiar directamente un modo de hacer o una práctica determinada, sino de emularla, interiorizarla y adaptarla a la propia organización y cultura. El benchmarking no tiene por qué circunscribirse a las organizaciones, sino que puede extenderse a los individuos. A ese proceso de aprendizaje individual por emulación lo llamamos “benchmarking personal”. Lo analizaremos como una herramienta fundamental de desarrollo personal.
Si nos preguntan cual es, o ha sido, nuestra principal fuente de aprendizaje, probablemente la respuesta más inmediata nos remite a lugares físicos que asociamos con la formación más o menos estándar, es decir, el colegio, la universidad, las escuelas de negocio, y, eventualmente, el trabajo. Seguramente, también identificaremos elementos o medios que están a nuestro alcance y que suelen tener carácter informativo, como libros, revistas, televisión, prensa, Internet, etc. Es decir, soportes de información que, pueden emplearse como formación (es obvio, que en todos los casos señalados también lo pueden ser de deformación…).
Sin embargo, existe otra fuente de aprendizaje, mucho más cercana que cualquier otra pero al mismo tiempo menos inmediata. Nos estamos refiriendo a las personas que nos rodean, un recurso que interactúa continuamente con nosotros y que, sin embargo, despreciamos o ignoramos involuntariamente.
Las personas que conforman nuestro círculo personal y profesional pueden ser una excelente fuente de aprendizaje. Todos deberíamos ser conscientes de la importancia de identificar modelos de referencia en quienes poder inspirarnos para desarrollar nuestros puntos de mejora.
De hecho, en la primera etapa de nuestras vidas – la infancia -, el observar a adultos e intentar imitarles es la herramienta básica de desarrollo. Curiosamente, ese método de aprendizaje tan natural y espontáneo se va perdiendo a medida que crecemos.
¿Por qué en la edad adulta tendemos a olvidarnos y a excluir involuntariamente de nuestro aprendizaje a esa parte tan importante del entorno que son las personas que nos rodean? Al crecer, consolidamos nuestras creencias y nuestra visión del mundo de tal modo que vamos, progresiva e inconscientemente, interponiendo cada vez más barreras en relación a lo que otras personas nos pueden aportar. Esto nos lleva a cometer errores tan consabidos como escuchar cada vez menos (y, a menudo, hablar cada vez más).